Arquivo do blog
El que muera antes pierde
Es sabido desde tiempos inmemoriales que al hombre le gusta el riesgo, la sensación que produce exponerse a una situación límite. Y es cierto. Desde una descarga de adrenalina en una montaña rusa hasta el juego de la ruleta rusa, pero abandonarnos al antojo de la suerte excita, causa morbo y atrae. Eso sí, no a todo el mundo le gusta en el mismo grado.
Ya he hablado en algún post anterior de la condición del hombre marcada por su circunstancia: la situación, el contexto a veces nos obliga a correr riesgos, nos lo impone. Sin embargo, en otras no. En otras, decidimos correr riesgos porque queremos. Clara muestra de ello es un artículo que he leído el otro día que trataba sobre juegos mortales y su finalidad.
La base de todos ellos es el mítico juego de la ruleta rusa: un revólver, una bala y un solo ganador, el que sobrevive. Desde que comienzas a jugar ya no hay vuelta atrás, el azar se encarga del resto.
A día de hoy, el clandestino juego ha evolucionado, se ha modernizado y ha dado lugar a múltiples variantes. Una de ellas es la ruleta rusa “versión coche”, que consiste en conducir un automóvil con los ojos vendados, impidiendo ver los semáforos, el carril o los demás coches. El riesgo está asegurado.
Cada día son más los asiduos a este tipo de prácticas que se comunican y comparten sus experiencias a través de la red. El motivo de su atracción por el riesgo mortal es la diversión, la necesidad de escapar de la monotonía, de experimentar nuevas sensaciones o, incluso, de encontrarle sentido a la vida. Hay opiniones para todos.
http://www.youtube.com/watch?v=TaXcPnRc5L4
Bouza Veiga, S1B, S1A1
E ti, es quen de pasar un control aeroportuario?
Maleta en man, dispúxenme a sortear a media ducia de seguratas que flanqueaban o detector de metais. Despois das últimas veces en que me vin obrigada a perder cartos en colonias, cremas e mesmo alimentos –porque si, a Nutella está considerada coma a segunda arma de destrución masiva en Europa, despois do cortaúnllas, claro- isto xa se convertera nunha cuestión de orgullo: ou eles ou eu.
Pero era demasiado previsible. Non só se cumpriu o que xa esperaba: depositar abrigo, móbil, bolso, maleta e un longo etcétera de ridículos artigos que eles consideran de máximo risco; senón, que tamén foi o momento de descalzarse. Sinceramente, nese momento sentín rabia. Non polo feito de descalzarme. Ó revés, pertenzo a aquel grupo de xente que pensa que, se nacemos descalzos, por algo será. A rabia naceu máis ben pola forma de “pedirme amablemente” que entregase as botas. Esta lamentable estampa de ter que ver a señores, pais e nenos desta guisa fíxome sentir que estabamos retrocedendo anos e anos. Que preto me sentín entón dos animais!
E ben, por fin consigo pasar o control, non sen antes botar unha ollada atrás. Unha ollada que me fixo pensar en que, quizais, este non é o camiño correcto. Sen excepción, tanto un grupo de empresarios orientais á miña dereita coma uns mochileiros italianos á miña esquerda atopábanse na mesma situación: desprovistos dos seus zapatos e da súa dignidade, intentando facer ver que debaixo daqueles cintos que espertaban a furia do detector non se agochaban os problemas contra os que a seguridade nacional pretende loitar.
Fernández Fernández, S2B